30 de diciembre de 2008

13

Sí, es la entrada número 13 del año. Y la última, esto se va a quedar así. ¿Que no es buena manera de terminar el año? Realmente no hay motivos para terminar el año con buen pie cuando ya estás pensando en el siguiente. Finalmente, no han sido tan trágicos estos últimos 366 días, aunque tampoco los recordaré para ponerme a tirar cohetes. Cosas buenas y malas, como siempre, pero muy pocos estímulos agradables que recordar. Aunque de todo se aprende, eso sí.

Pero volviendo al 13... ¿por qué se le tiene tanta manía? ¿Por qué es ese número maldito? Supersticiones, en las que no me voy a meter. Cada cual tiene sus creencias más o menos fundadas, pero generalmente provenientes de herencias populares, de "lo que dicen por ahí". No me voy a meter en eso, sino en el hecho de tener todo esto tan en cuenta o no.

Así por una casualidad he dado antes en la Wikipedia con la historia de un personaje que a la mayoría os sonará de nombre, pero del que tal vez no se sepa demasiado. Se trata de Manfred von Richthofen, más conocido como el "Barón Rojo". Resumiéndolo en una frase, fue un piloto alemán de la Primera Guerra Mundial que destacó por haber conseguido derribar hasta a 80 pilotos enemigos. Finalmente, fue abatido supuestamente por un piloto canadiense, aunque también se decía que había sido un disparo fortuito desde tierra.

Y ahora es cuando me pongo a relacionar las dos cosas. Dicen que los pilotos alemanes tenían una superstición: no tomarse una fotografía nunca antes de subir a su avión. Nuestro protagonista lo hizo, el 21 de Abril de 1918, antes de volar por última vez. La fotografía en cuestión es la siguiente:


Todo un héroe sanguinario y sin escrúpulos, ciego por la sed de dar caza a los enemigos... jugando alegremente con su perro. ¿Y fue derribado por no hacer caso a una superstición? Realmente puede que le hubiera llegado ya el momento y que todas esas ideas no fuesen más que invenciones absurdas.

Como el Barón, no me voy a callar porque sea este un mal número. No ha sido un buen año, pero el que viene ya será mejor. Siempre queremos ver los nuevos años con mejores perspectivas, pero sé que tiene que ser un año mejor.

Así que esto no acaba en el 13. Feliz año a todos.

21 de noviembre de 2008

Humano, después de todo

- Definitivamente tienes muy mal aspecto.

- Lo sé. - respondió el Dr. James Conrad. - Esta semana me noto realmente cansado. Y lo curioso es que anoche apenas pude pegar ojo... es como si la cabeza se me vaya por momentos.

Tras quitarse la bata blanca, el Dr. Mathew Auberlen se rascaba levemente la calva atusándose el poco pelo canoso que le quedaba. Realmente su compañero parecía bastante agotado mientras decía todo aquello, por lo que no pudo reprimir una leve mueca de desagrado.

- Tal vez deberías probar a pasar por el nuevo sistema experto de diagnóstico. Ha sido toda una novedad y está dando muy buenos resultados, aunque para lo que dicen que le costó a la empresa más vale que los dé.

El Dr. Conrad recogía su maletín, guardando un montón de papeles en una carpeta y metiendo esta después cuidadosamente en su cartera de piel.

- No sé... no creas que tengo mucha confianza yo en esas máquinas "sabelotodo".

- Me estarás tomando el pelo. Esa máquina es algo así como el médico perfecto, sólo que esta sabe lo que muchos médicos juntos. Y hay algo más: - Con el cabello ya en su sitio, el Dr. Auberlen se detuvo un momento mirando a su compañero mientras se abrochaba los botones su gabardina, como queriendo dar más énfasis a lo que iba a decir. - Este "médico" goza de los privilegios del razonamiento perfecto. Procesa millones de datos por segundo y es capaz de dar una respuesta absolutamente fiable y objetiva en menos de un minuto.

- Pero es tan frío el trato con un médico así... - El Dr. Conrad negaba con la cabeza y pensaba en cuando él empezó a trabajar en aquel hospital. Entonces no había ninguna máquina que fuese a hacer sus diagnósticos. Los pacientes esperaban en su consulta y él tenía que observar todos los síntomas y elaborar un diagnóstico basado en su conocimiento y su experiencia. Ahora todo ello se hallaba encerrado entre planchas metálicas, inmerso en un mar de información de dimensiones desconocidas que llamaban "inteligencia". ¿Por qué había estudiado él tantos años de carrera para terminar apretando un botón y viendo hacer su trabajo a una estúpida máquina?

- Mira, haz lo que quieras, pero todo el mundo te va a decir lo mismo que yo. Además, y como te he dicho, nada ni nadie te dará una respuesta mejor que la suya. Te dirá todo cuanto te pueda pasar. Sin pelos en la lengua; un médico puramente racional, sin humanidad.

- Ya, supongo que tienes razón... Mañana iré por la mañana, sí. Supongo que puedo hacer caso a todos los médicos de este hospital juntos - una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras cerraba la cartera y se la colgaba al hombro.

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El Dr. Conrad se tomó una semana de vacaciones a partir del día siguiente. Su mujer y él viajaron a una ciudad cercana. Al cuarto día, el médico sufrió un desmayo mientras tomaba un café en una terraza y perdió el conocimiento. Cuando llegó la ambulancia, su pulso se había desvanecido. Al alcanzar el hospital, James P. Conrad había muerto.

Dos entes fueron "abiertos" para su examinación tras este acontecimiento. El primero fue el propio doctor, en cuyos vasos sanguíneos del cerebro encontraron abundantes coágulos producidos por una circulación arterial peligrosamente deteriorada. El segundo fue el sistema de diagnóstico, para el cual se buscó en la base de datos la información proporcionada unos días antes al médico: "Diagnóstico: Inminente trombosis. Tratamiento: Ninguno. Sugiérase una suspensión temporal de la actividad laboral. Omítase dar el diagnóstico real al paciente. Buena suerte, Dr. Conrad."

7 de noviembre de 2008

Piedra

Para que nadie pueda cruzarse en tu camino y desviarte de tu objetivo.

Para que no busques otras alternativas y simplemente avances sin preguntarte a cada jornada "¿y si hubiera hecho o dicho esto otro?".

Para que cada día sea exactamente igual que ayer, sin sobresaltos, sin emociones, sin sorpresas de ningún tipo. Inerte sí, pero constante.

Para que aunque veas que a tu alrededor llueve, tu alma se mantenga seca y nada la empape.

Para olvidar todo cuanto quieras, incluso el camino recorrido o las personas encontradas a lo largo de él. Y si no se puede olvidar, al menos los aislarás.

Para poder despertar y empezar de cero.

Para hacer callar a la conciencia y escuchar sólo a los sentidos. Ahora tú tomas tus decisiones.

Para no caer, aunque haya más tropiezos.

Para no mirar atrás y seguir peleando por llegar al destino.

Hay que construirse un corazón de piedra; porque aunque puede pesar en el camino, seguro que no se pudrirá.

28 de septiembre de 2008

Rojo y blanco

Aspiro la última bocanada del cigarrillo y lo dejo caer por el hueco del ascensor. Prefiero no soltar directamente el humo, sólo lo retengo y luego dejo que sea él quién escape de mi boca. Las diez y veintisiete de la noche; ya falta muy poco.

Llevo los guantes ajustados pero compruebo una vez más que puedo mover mis manos sin dificultad. Sé que necesitaré una velocidad y una fuerza implacable en ellas en los próximos instantes. Un mínimo temblor puede significar el fracaso. El cuchillo debe deslizarse entre sus costillas sin titubeos, perforándole el pulmón primero para que pierda la respiración y la capacidad de gritar con la primera puñalada. Después le asestaré repetidamente de diez a quince cuchilladas más por el tórax, provocándole hemorragias importantes que lo desangrarán en un par de minutos. He repasado el procedimiento en mi cabeza una vez tras otra, desgranando las escenas a cámara lenta. He visto ya su cara de terror y el goteo de la sangre sobre el piso de mármol.

Lo más importante es que debo salir de aquí limpio, por lo que no podré descargar ningún golpe hacia su cuello. Los hombres sangran como cerdos cuando se les degüella. Aún me acuerdo de cómo me pringó de sangre aquel grandullón al que rebané el pescuezo hará seis o siete años en un callejón de Knoxville. No podía ni distinguir el puñal entre mis manos embadurnado como estaba en aquel denso fluido carmesí. Después de todo, siempre me ha parecido irónico que se les llame “armas blancas”; nada hay de pulcro e inmaculado en atravesar el corazón de un hombre. El frío tacto de la hoja se traspasa a su torrente sanguíneo y lo corrompe, de igual modo que los hielos en un vaso corrompen hasta el más preciado whisky. Y de la misma forma que el hielo desaparece en la copa, la sangre devora el puñal con este súbito cambio de temperatura.

La maquinaria del ascensor se ha puesto en marcha. Debe ser él. Me pongo el pasamontañas y tanteo la empuñadura de mi cuchillo en la chaqueta. Hoy volveremos a ganarnos el pan, amigo. Y es que este futuro fiambre debe ser un pez gordo, aunque en realidad me trae sin cuidado quién sea. Hace tiempo que deje de creer en “buenos y malos” y empecé a creer en vivos, muertos y tipos que no debían respirar durante mucho más tiempo. No podía decir que me gustaba, porque nunca puedes llegar a decir que te gusta tu trabajo (simplemente, es trabajo), pero al menos era bueno en ello.

Las diez y treinta y dos. El ascensor se para y la puerta se abre.

- ¿Sr. Woolford?

Descuida, no hace falta que termines de girarte hacia mí.

11 de septiembre de 2008

Crueldad

Crueldad es oir el teléfono mientras abres la puerta de casa, correr hacia él tirando todos tus trastos de camino y sólo escuchar "tut-tut-tut-..."

Crueldad es que el día en que más necesitas el móvil te hayas quedado sin batería una hora después de salir de casa.

Crueldad es dejarte el paraguas en casa cuando llueve a cántaros fuera y llevártelo cuando domina un sol de justicia.

Crueldad es que una vez sentado en la taza del cuarto de baño y "en plena faena" descubras la ausencia de papel higiénico a tu lado.

Crueldad es que se te rompa una cuerda de la guitarra un sábado por la noche y no tengas ninguna de recambio.

Crueldad es tener que irse de un bar cuando suena una canción que te gusta después de haber escuchado ochocientas insufribles.

Crueldad es que salte la luz de casa cuando llevas varios párrafos de un trabajo sin guardar en Word.

Crueldad es abrir un grifo de agua caliente en la casa mientras tú estás dándote una apacible ducha con mucha calma y desasosiego.

Eso es crueldad....

Pero, que tras 2 días enfrascado en una endiablada función en el maldito C++ y realizando ya las pruebas definitivas dónde crees que todo va a salir por fin perfectamente "porque ha salido bien unos dos millones de veces antes" y a falta de 10 escasos minutos para terminar la jornada laboral y poder irte a tu casa tranquilo y en paz a comer sin que se te revuelvan las tripas haya una maquiavélica sección entera de un fichero sinvergüenza que no se copie, eso no es crueldad...

Es una gran putada.

6 de septiembre de 2008

Bicicletas de montaña

Los frenos húmedos por el agua de los charcos no respondieron como estaban predestinados a hacerlo y el ligero derrape de la rueda delantera fue inevitable. Tras ello, Toni sólo pudo ver como el manillar de la bici de su amigo Marco se giraba en una posición nada recomendable para seguir una trayectoria recta y esta vez el frenazo sí fue efectivo, pero seguramente no de la manera que el chico lo habría deseado. La rueda trasera giró violentamente por encima de su cabeza y en un instante la bici y su conductor se separaron en el aire, saliendo este despedido varios metros hacia el embarrado camino.

- ¡¡Marco!!

Toni lo había visto todo desde el principio de la cuesta, por lo que bajó con cautela oprimiendo al mínimo los frenos y dejando que fuese la propia inercia del nuevo terraplén quien redujese la velocidad de su bici. Aún no se había detenido por completo cuando bajó de ella apresuradamente y se acercó al pobre chico que despertaba como de un viaje lejano, queriendo apoyarse sobre sus pequeños y temblorosos brazos.

- Ay, que torta...

Apenas había podido girarse sobre sí mismo hasta poder separar su cara del barro y se lastimaba quejumbroso y desorientado. El "vuelo" había sido espectacular y hasta las gafas habían saltado de sus orejas como un paracaidista improvisado, sin que se las viera por ninguna parte.

- Te dije que era un mal día para andar por el monte. ¿Estás bien?

El labio inferior empezaba a emanar un intenso líquido rojo y el dulce sabor aterraba a Marco lejos de calmarlo. Intentó llevarse la mano a la boca, pero no había movido un músculo cuando soltó un alarido tremendo.

- ¡¡Ay!! Me duele mucho el codo. ¡No puedo mover el brazo, Toni!

En efecto, la sudadera se hallaba rasgada a lo largo de casi todo el brazo derecho de su amigo del colegio. Pudo comprobar con bastante horror como la posición del mismo era un tanto inusual y a la altura del codo una herida se abría. Incluso creyó ver una sospechosa punta resquebrajada de color blanquecino entre la amoratada piel golpeada y la espesura de la sangre mezclada con el barro. No pudo evitar una náusea y apartó la vista rápidamente.

- Tenemos que llevarte al pueblo. Apóyate en mí.

Por fortuna, Toni ya estaba más desarrollado que Marco; no en vano tenía 4 meses más que él y le sacaba una cabeza al menos. Eso le permitió incorporarle sin muchas dificultades sujetándole del otro brazo.

- No sé dónde están mis gafas...

- No te preocupes por ellas. Vámonos.

Había que dejar las bicis ahí, sobre el barro, pero la carretera no estaba lejos y por ella tal vez vieran pasar algún coche que pudiera ayudarles y sino llegarían en menos de 10 minutos andando. Lo que más lamentaba en ese momento Toni era que seguramente se hubieran acabado las excursiones por la montaña para el resto de este verano, además de la cara que pondrían sus padres cuando volviera a casa y les contara lo sucedido. Y, por supuesto, que tendría que soportar la bronca después de que ellos hablaran con los padres de Marco, pero no había sido su culpa: él no quería ir hoy en bici.

El brazo lo llevaba sujeto con el otro y aún no había visto la herida. No es que no quisiese verla, es que no podía hacerlo. A Marco la cabeza aún le daba vueltas y sus ojos no veían el camino sino vagas formas de colores brillantes, estrellas y puntos que bailaban alguna endiablada danza. Sólo dejaba que su amigo lo guiase, tropezando a cada paso, pero avanzando al menos. Pronto llegarían al pueblo, pronto...

Y en el final de una cuesta embarrada de un camino cualquiera dos bicicletas descansaban y observaban como, en un charco cercano, unas tímidas gotas de agua se deslizaban sobre los cristales de unas gafas de montura azul oscura, como si entre lágrimas se despidieran para siempre de su dueño.

18 de agosto de 2008

Pon música a tu tarde

Buenas tardes!

Hoy hago una entrada rapidita para hablaros sobre una página que he descubierto esta tarde. Se trata de Rockola.fm, un lugar donde podéis escuchar la música que os dé la gana, a modo de radio. La gran ventaja de este sitio es que podéis personalizar el tipo de lista de reproducción que queráis según épocas (desde antes los 50 hasta la actualidad), idiomas (castellano, otros, o todo a la vez...) y, lo más curioso, según el estado de ánimo en que os encontréis. Además, si te registras (que no se tarda nada y es gratuito, por supuesto), puedes indicar que música te gusta más o menos para que poco a poco la página te vaya proponiendo música que se acerque más a tus gustos.

Aún no lo he probado demasiado (estoy en ello), pero si a alguien le apetece enredar y dejar un comentario con su opinión, será más que bienvenido.

Nada más. Un saludo!!

1 de agosto de 2008

Recordando el olvido

La mente es limitada. Tal vez el día de mañana podamos insertarnos chips de memoria en un complicado procesador cerebral que llevemos todos implantados. Pero aún no... Por eso seleccionamos. Nos quedamos con una parte muy pequeña de las cosas que vivimos y la almacenamos para el futuro, por si nos puede resultar interesante. Y lo que queda atrás... olvidado.
Sin embargo, no todo se olvida. Algo a lo que a priori no podemos acceder en nuestra mente puede aparecer más tarde, cuando es invocado por algún hecho presente relacionado o simplemente cuando profundizamos más en ello. Tal vez yo no recuerde de primeras que cosas ví cuando estuve en una ciudad hace varios años, pero si alguien me dice cosas que él ha visto seguramente recuerde que yo también estuve allí e incluso en otros sitios que él no tiene porque haberme nombrado. Pero uno empieza a asociar y a tirar del hilo y claro...
Y recuerdos olvidados los hay de todo tipo, eh? No hay porque remontarse hasta el pasado para olvidar algo, porque podemos hacerlo en tan sólo un instante. Entre los olvidos fugaces mi favorito por excelencia es el del azúcar en el café de la mañana... "¿Se lo he echado ya? ¿O no? ¿Y cuántas cucharadas?" Hay momentos en que no se le puede interrumpir a nadie, y ese es uno de los más crueles porque sabes que correrás el riesgo de tomarte un café excesivamente empalagoso...
Pero nuestro "mecanismo de recuerdo" es inteligente. Nos evita la mayoría de experiencias desagradables y nos deja las buenas, será por eso que tropezamos siempre con la misma piedra: no nos acordamos de que está ahí hasta que le metemos el zapatazo. En todo caso hemos de tratar de recordar eso explícitamente repitiéndonoslo una y otra vez o gastando post-it's o similares elementos físicos de recuerdo.
Sea como sea, elegir lo que recordar sigue estando en nuestra mano, pero elegir lo que olvidar suele ser más complicado.
¿Y a qué venía todo esto? Ni idea...
Me voy a preparar un café (con azúcar... o tal vez no)

21 de junio de 2008

Format muerte:

Hoy me ha tocado formatear mi ordenador.

Bueno, no es que "me haya tocado", sino que lo he decidido yo mismo. El motivo no era muy distinto al de otras veces: simplemente me estaba tocando las... narices. La gota que ha colmado el vaso ha sido que me dejase de reconocer el driver de la tarjeta de sonido incluso cuando se lo acababa de reinstalar. Vamos, como si cuando vas a una frutería y le pides al amable frutero unas ciruelas te suelta que no tienen mientras las estás viendo encima de una estantería. Blanco y en botella, querida computadora.

Así que ha vuelto a nacer. Tras volver a acondicionar Windows ha venido la parte entretenidísima de volver a instalar todos los programas. La única ventaja es que he podido seleccionar y eliminar definitivamente aquellos que ya no utilizo ni espero utilizar (véase Propeller Tool), por lo que espero que los problemas que puedan surgir tarden en aparecer. Y ahí es cuando ha venido la frase divertida del día... Llevando como llevaba toda la mañana y parte de la tarde sudando para que todo volviese a recuperar un aspecto normal, el instalador del Messenger (que, por cierto, es bastante pesado preguntándote mil veces a ver si quieres instalar las mismas cosas que le has dicho que no te interesan otras novecientas noventa y nueve) va y suelta lo siguiente:

"La instalación puede tardar varios minutos, pero puedes hacer otras cosas mientras esperas."

Muy bien. Realmente estaba parado mirando la pantalla y viendo como tardabas veinte horas en instalarme un mísero programa. Pero ahora que me has advertido tan galantemente de que vas a tirarte el resto del año, quizás vaya a leer un libro. Uno sencillo y llevadero, no sé... ¿"El Quijote"? El trabajador de Microsoft que decidió incluir ese mensaje debe de estar muy mal pagado.

Por suerte, ya queda poco por instalar...

16 de mayo de 2008

Gotas

Gotas de lluvia se deslizaban por los cristales. Caían débilmente y poco a poco el agua se iba agrupando en una gota cada vez más grande hasta que la gravedad hacía su efecto. De vez en cuando el viento también intervenía, desplazando las gotas en una coordenada desconocida, arrastradas contra su voluntad de caer en un lugar determinado. La lluvia era esclava del viento, como lo eran las nubes negras de la que provenía.

El perro observaba los cristales mojados, con su atención capturada por el golpe del agua contra la ventana. La tormenta aún no había descubierto su máximo poder, pero se veía venir que no iba a tardar. Estaba todo demasiado oscuro en la habitación. Aquello le asustaba un poco; sabía el ruido que hacía el cielo cuando la tormenta llegaba y no le gustaba nada. No le importaba la lluvia y mojarse, pero ese terrorífico sonido...

La tenue lucecita de la lámpara de la mesilla apenas llegaba a alumbrar al hombre mientras contemplaba a su mascota. En esos momentos parecía reflexionar, como si cualquier acto pasado fuera a ser borrado de golpe y olvidado. ¿Llegaría a lamentar algo o a enorgullecerse de algo?
Seguramente no pasaba nada de eso, sólo se preguntaría en qué momento iba a llegar la hora de salir de casa. ¿Pero intuiría algo? Debía saber que estaba enfermo, eso sí. Uno conoce cuando tiene fiebre o cuando siente cualquier otro malestar, por lo que él también debía saberlo. No quedaba otra alternativa, era hora de irse.

La lluvia en el cristal perdió toda la atención cuando el hombre se levantó lentamente de su silla, dejando el periódico que había reposado sobre sus rodillas encima de la mesa. Estaba convencido de que enseguida oiría su nombre. Le aterraba la idea de pasear bajo la tormenta, pero confiaba en el hombre. Este le conocía y seguramente había decidido que era mejor salir ahora, antes de que el tiempo se pusiera aún peor.

El perro se había levantado detrás de él y se le había quedando mirando. Era ese tipo de mirada tranquila, entre expectante y confidente que hace años que observaba. "Vamos", le dijo. Y le seguía, como siempre había hecho. Su colega, su amigo; compañero en tantos días y noches, en tantas otras tormentas como la de hoy. Pero estas no iban a volver a ser igual después. Igual que ni las mismas gotas iban a deslizarse juntas en su ventana, así las mismas miradas tampoco se volverían a cruzar.

El hombre sacaba ya la correa de un cajón, al tiempo que tomaba su paraguas del perchero. Parecía pensativo y torpe, pero poco a poco iba ganando más determinación. Se estaría pensando lo de la tormenta. La idea de pasear bajo el ensordecedor estruendo que gritaban las nubes volvió a aparecer cuando el hombre ató la correa y tiró de él. Pero debía confiar... el dueño sabía qué era lo mejor. ¿Qué sabía él? Tan sólo mirar las ventanas empapadas desde el calor de la casa. Sólo un paseo. Pronto volvería a ver la lluvia sobre esos cristales.

La puerta se cerró de un golpe. Una, dos vueltas de llave. La lluvia sobre los cristales y el primer trueno de la tarde rompieron el silencio en la habitación.

27 de marzo de 2008

Déjà-vu

Lo llamamos lo "ya vivido" cuando una experiencia nos resulta extrañamente familiar, evocándonos recuerdos y situaciones que podrían permanecer olvidadas en nuestra mente y que espontáneamente vuelven a surgir. No tendría más relevancia hablar de ellos si se tratasen de meras experiencias pasajeras, enmarcadas dentro de lo que es casi nuestro saber: la cualidad para poder responder a un estímulo conocido de una manera automática y a veces inconsciente. El problema es cuando lo que vuelven son los "fantasmas".

Los fantasmas son aquellos problemas que una vez encontramos y, tras muchos dolores de cabeza, superamos de una u otra manera. En cierto momento nuestra vida tomó un camino y nos pidió una respuesta. La decisión tomada para enfrentarse a ese problema nos habrá dejado un pequeño poso de conocimiento, un hilo del que tirar cuando volvamos a encontrarnos en la misma situación. Lamentablemente, las circunstancias hacen que a veces los hilos de los que tirar se pierdan entre nuestras manos. El hecho de tirar en estos casos se hace más difícil, pues hemos ido dejando un sedimento por encima de los hilos que antes teníamos preparados y no estarán tan a la vista. Más aún, el hecho de creer un problema superado nos lleva a olvidarnos también del camino a seguir. De igual modo que si visitamos una ciudad muchos años después de verla por última vez podemos perdernos entre nuevas calles, las circunstancias también han variado desde la primera aparición del fantasma a ahora. Remover la tierra y desenterrarlo puede provocar un terremoto de ideas y recuerdos aterrador.

Confío en que enfrentarse a un problema ya conocido tenga su parte positiva y que premie más la experiencia frente a la novedad, el conocimiento frente a la improvisación. No se puede garantizar el éxito ante un segundo asalto solo porque el primero haya sido superado. Como se suele decir, la vida es una carrera de fondo. Quiero deducir de ello que uno no debe agotarse demasiado temprano y que debe estar siempre preparado para contraatacar en el momento más complicado. Además, sé que las circunstancias esta vez son más positivas; me asiento sobre una base mucho más estable a la que aferrarme. Lo único malo es que conoces siempre como empiezan estas cosas, pero nunca como acaban.

Los fantasmas del destino son caprichosos.

12 de enero de 2008

Infinito

Nunca podría haber imaginado dónde terminaba.

Realmente le parecía imposible calcular cuántos kilómetros alcanzaban sus ojos. El atardecer era claro, eso sí, por lo que podía percibir más detalles que la tarde anterior. Ola a ola, su mirada navegaba perdiéndose en la distancia, como tratando de buscar algo que quebrase esa inmensidad, algún matiz que diferenciase este momento y este lugar de cualquier otro. Pero no había nada. Tan sólo el mismo vacío; por dentro y por fuera, era todo lo que le rodeaba. El olor de la sal ahora sólo le traía recuerdos, despertando en él sensaciones dormidas que había dejado que el tiempo fuese enterrando a su merced.

Pensó en su familia. Tal vez no debía hacerlo, ya que ellos nunca hubieran querido que él se preocupara de esa manera por ellos, pero era inevitable. Sabía que en este momento debía ser fuerte y evitar caer en esos pensamientos, aunque ello supusiese ir en contra de lo que siempre había creído. No había alternativa. Estarían bien. Eso creía y eso quería creer.

Los recuerdos eran su mayor enemigo. El mar se los traía siempre, pensamientos varados en su cabeza que lo llenaban de esperanza un día y le derrotaban otro; y día a día le consumían. El mar... Había significado tanto y desde hacía tanto tiempo... No siempre lo había mirado desde este lado, claro. Tal vez por eso ahora le dedicaba una mirada distinta.

Su viaje... Tan sólo el mar y él sabían cómo había conseguido llegar a la costa. No había sido la primera vez que lo intentaba, por supuesto, pero siempre había confiado en que tarde o temprano el destino le daría una oportunidad o, de lo contrario, le arrebataría toda posibilidad de un sólo golpe.

Detestaba pensar en sus compañeros de aquel viaje. Compañeros de ilusiones un día y de sufrimientos la noche siguiente. Había procurado olvidar sus nombres, ya que ahora no servían para representar a las personas que conoció sino sólo al horror que vivió después.

Nunca supo por qué él sí consiguió llegar cuando había hombres mucho más fuertes en aquella embarcación. Sin embargo, también había mujeres. Y niños. Por eso él había decidido viajar sólo. Hasta entonces pensaba que en un viaje así se creaban amistades; a fin de cuentas todos navegaban con el mismo propósito. Tristemente, luego comprobó que cuando tu supervivencia está en juego has de mirar primero por ti y por los tuyos. De nuevo, no había tenido alternativa, si bien nunca se lo podría perdonar, como nunca podría borrar de su mente la manera tan cruel en que la muerte se llevó a quiénes más trataban de agarrarse a la vida. Ahora él vivía por todos pero también, poco a poco, moría por dentro por todos.

Tenía su oportunidad. Era su momento. Y no debía desperdiciarlo.

Y sin embargo ahí estaba... El mar...

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La noche cayó sobre el muelle. Tras la tenue lucecita de una farola, una figura solitaria miraba hacia el ya negro horizonte.

2 de enero de 2008

Oda a la estabilidad

Empezamos un nuevo año y parece que todo tiene que ser distinto. Así, sin más, porque sí. Porque empezar parece que significa destruir todo lo que hemos dejado atrás y comenzar a construir todo de nuevo. Mentira. Y de las gordas.

¿Qué pasa, señores? Vendemos la piel del oso antes de haberlo cazado, ¿no?. Se supone que como volvemos a retomar la cuenta de otros 365 días (en este caso 366) en nuestra vida, todo tiene que ser distinto. Los errores de hace menos de un año quedan disueltos, las preocupaciones que antes nos atormentaban ahora se desvanecen y todos nuestros problemas se desmaterializan de repente. Ya está armado el batacazo.

Ahora es cuando toca caer. Volvemos a despertar, miramos alrededor y vemos que seguimos rodeados de lo mismo. ¿El cambio? Una cifra en la fecha y una vuelta más alrededor del Sol. 4 estaciones por delante plagadas de futuras alegrías y tristezas, satisfacción y dolor. Y no hay mucho más.

No os engañéis. La vida no cambia de un día para otro; ni siquiera de un año para otro. No porque hayamos deshojado un calendario entero nuestro mundo va a ser hoy más bonito y feliz. Más vale que nadie desee creer eso, por mucho que se empeñen en decirlo en las campanadas o en donde sea.

"Un año con mucha salud, la salud es lo importante". Si tan importante, es desea esa salud a los demás todo el resto del año, en lugar de insistir ahora en ello. Quien a las 23:59 del 31 de Diciembre estaba enfermo iba a seguir enfermo al callar el reloj de la Puerta del Sol.

El año no cambia. Nosotros lo hacemos. No hay que buscar excusas ni razones donde no las hay, en el puro devenir de los tiempos.

Si quieres cambiar no tienes más que moverte. Sino ahí te quedes.