16 de mayo de 2008

Gotas

Gotas de lluvia se deslizaban por los cristales. Caían débilmente y poco a poco el agua se iba agrupando en una gota cada vez más grande hasta que la gravedad hacía su efecto. De vez en cuando el viento también intervenía, desplazando las gotas en una coordenada desconocida, arrastradas contra su voluntad de caer en un lugar determinado. La lluvia era esclava del viento, como lo eran las nubes negras de la que provenía.

El perro observaba los cristales mojados, con su atención capturada por el golpe del agua contra la ventana. La tormenta aún no había descubierto su máximo poder, pero se veía venir que no iba a tardar. Estaba todo demasiado oscuro en la habitación. Aquello le asustaba un poco; sabía el ruido que hacía el cielo cuando la tormenta llegaba y no le gustaba nada. No le importaba la lluvia y mojarse, pero ese terrorífico sonido...

La tenue lucecita de la lámpara de la mesilla apenas llegaba a alumbrar al hombre mientras contemplaba a su mascota. En esos momentos parecía reflexionar, como si cualquier acto pasado fuera a ser borrado de golpe y olvidado. ¿Llegaría a lamentar algo o a enorgullecerse de algo?
Seguramente no pasaba nada de eso, sólo se preguntaría en qué momento iba a llegar la hora de salir de casa. ¿Pero intuiría algo? Debía saber que estaba enfermo, eso sí. Uno conoce cuando tiene fiebre o cuando siente cualquier otro malestar, por lo que él también debía saberlo. No quedaba otra alternativa, era hora de irse.

La lluvia en el cristal perdió toda la atención cuando el hombre se levantó lentamente de su silla, dejando el periódico que había reposado sobre sus rodillas encima de la mesa. Estaba convencido de que enseguida oiría su nombre. Le aterraba la idea de pasear bajo la tormenta, pero confiaba en el hombre. Este le conocía y seguramente había decidido que era mejor salir ahora, antes de que el tiempo se pusiera aún peor.

El perro se había levantado detrás de él y se le había quedando mirando. Era ese tipo de mirada tranquila, entre expectante y confidente que hace años que observaba. "Vamos", le dijo. Y le seguía, como siempre había hecho. Su colega, su amigo; compañero en tantos días y noches, en tantas otras tormentas como la de hoy. Pero estas no iban a volver a ser igual después. Igual que ni las mismas gotas iban a deslizarse juntas en su ventana, así las mismas miradas tampoco se volverían a cruzar.

El hombre sacaba ya la correa de un cajón, al tiempo que tomaba su paraguas del perchero. Parecía pensativo y torpe, pero poco a poco iba ganando más determinación. Se estaría pensando lo de la tormenta. La idea de pasear bajo el ensordecedor estruendo que gritaban las nubes volvió a aparecer cuando el hombre ató la correa y tiró de él. Pero debía confiar... el dueño sabía qué era lo mejor. ¿Qué sabía él? Tan sólo mirar las ventanas empapadas desde el calor de la casa. Sólo un paseo. Pronto volvería a ver la lluvia sobre esos cristales.

La puerta se cerró de un golpe. Una, dos vueltas de llave. La lluvia sobre los cristales y el primer trueno de la tarde rompieron el silencio en la habitación.

No hay comentarios: