6 de septiembre de 2008

Bicicletas de montaña

Los frenos húmedos por el agua de los charcos no respondieron como estaban predestinados a hacerlo y el ligero derrape de la rueda delantera fue inevitable. Tras ello, Toni sólo pudo ver como el manillar de la bici de su amigo Marco se giraba en una posición nada recomendable para seguir una trayectoria recta y esta vez el frenazo sí fue efectivo, pero seguramente no de la manera que el chico lo habría deseado. La rueda trasera giró violentamente por encima de su cabeza y en un instante la bici y su conductor se separaron en el aire, saliendo este despedido varios metros hacia el embarrado camino.

- ¡¡Marco!!

Toni lo había visto todo desde el principio de la cuesta, por lo que bajó con cautela oprimiendo al mínimo los frenos y dejando que fuese la propia inercia del nuevo terraplén quien redujese la velocidad de su bici. Aún no se había detenido por completo cuando bajó de ella apresuradamente y se acercó al pobre chico que despertaba como de un viaje lejano, queriendo apoyarse sobre sus pequeños y temblorosos brazos.

- Ay, que torta...

Apenas había podido girarse sobre sí mismo hasta poder separar su cara del barro y se lastimaba quejumbroso y desorientado. El "vuelo" había sido espectacular y hasta las gafas habían saltado de sus orejas como un paracaidista improvisado, sin que se las viera por ninguna parte.

- Te dije que era un mal día para andar por el monte. ¿Estás bien?

El labio inferior empezaba a emanar un intenso líquido rojo y el dulce sabor aterraba a Marco lejos de calmarlo. Intentó llevarse la mano a la boca, pero no había movido un músculo cuando soltó un alarido tremendo.

- ¡¡Ay!! Me duele mucho el codo. ¡No puedo mover el brazo, Toni!

En efecto, la sudadera se hallaba rasgada a lo largo de casi todo el brazo derecho de su amigo del colegio. Pudo comprobar con bastante horror como la posición del mismo era un tanto inusual y a la altura del codo una herida se abría. Incluso creyó ver una sospechosa punta resquebrajada de color blanquecino entre la amoratada piel golpeada y la espesura de la sangre mezclada con el barro. No pudo evitar una náusea y apartó la vista rápidamente.

- Tenemos que llevarte al pueblo. Apóyate en mí.

Por fortuna, Toni ya estaba más desarrollado que Marco; no en vano tenía 4 meses más que él y le sacaba una cabeza al menos. Eso le permitió incorporarle sin muchas dificultades sujetándole del otro brazo.

- No sé dónde están mis gafas...

- No te preocupes por ellas. Vámonos.

Había que dejar las bicis ahí, sobre el barro, pero la carretera no estaba lejos y por ella tal vez vieran pasar algún coche que pudiera ayudarles y sino llegarían en menos de 10 minutos andando. Lo que más lamentaba en ese momento Toni era que seguramente se hubieran acabado las excursiones por la montaña para el resto de este verano, además de la cara que pondrían sus padres cuando volviera a casa y les contara lo sucedido. Y, por supuesto, que tendría que soportar la bronca después de que ellos hablaran con los padres de Marco, pero no había sido su culpa: él no quería ir hoy en bici.

El brazo lo llevaba sujeto con el otro y aún no había visto la herida. No es que no quisiese verla, es que no podía hacerlo. A Marco la cabeza aún le daba vueltas y sus ojos no veían el camino sino vagas formas de colores brillantes, estrellas y puntos que bailaban alguna endiablada danza. Sólo dejaba que su amigo lo guiase, tropezando a cada paso, pero avanzando al menos. Pronto llegarían al pueblo, pronto...

Y en el final de una cuesta embarrada de un camino cualquiera dos bicicletas descansaban y observaban como, en un charco cercano, unas tímidas gotas de agua se deslizaban sobre los cristales de unas gafas de montura azul oscura, como si entre lágrimas se despidieran para siempre de su dueño.

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