2 de enero de 2008

Oda a la estabilidad

Empezamos un nuevo año y parece que todo tiene que ser distinto. Así, sin más, porque sí. Porque empezar parece que significa destruir todo lo que hemos dejado atrás y comenzar a construir todo de nuevo. Mentira. Y de las gordas.

¿Qué pasa, señores? Vendemos la piel del oso antes de haberlo cazado, ¿no?. Se supone que como volvemos a retomar la cuenta de otros 365 días (en este caso 366) en nuestra vida, todo tiene que ser distinto. Los errores de hace menos de un año quedan disueltos, las preocupaciones que antes nos atormentaban ahora se desvanecen y todos nuestros problemas se desmaterializan de repente. Ya está armado el batacazo.

Ahora es cuando toca caer. Volvemos a despertar, miramos alrededor y vemos que seguimos rodeados de lo mismo. ¿El cambio? Una cifra en la fecha y una vuelta más alrededor del Sol. 4 estaciones por delante plagadas de futuras alegrías y tristezas, satisfacción y dolor. Y no hay mucho más.

No os engañéis. La vida no cambia de un día para otro; ni siquiera de un año para otro. No porque hayamos deshojado un calendario entero nuestro mundo va a ser hoy más bonito y feliz. Más vale que nadie desee creer eso, por mucho que se empeñen en decirlo en las campanadas o en donde sea.

"Un año con mucha salud, la salud es lo importante". Si tan importante, es desea esa salud a los demás todo el resto del año, en lugar de insistir ahora en ello. Quien a las 23:59 del 31 de Diciembre estaba enfermo iba a seguir enfermo al callar el reloj de la Puerta del Sol.

El año no cambia. Nosotros lo hacemos. No hay que buscar excusas ni razones donde no las hay, en el puro devenir de los tiempos.

Si quieres cambiar no tienes más que moverte. Sino ahí te quedes.

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