6 de febrero de 2007

Signos (III)

Era cuestión de supervivencia, en última instancia era por eso. Harrison sabía los peligros que corría al tomar decisiones tan desesperadas, pero también sabía que era ahora o nunca. Las cosas no estaban yendo para nada bien los últimos años y sabía que necesitaba aprovechar una oportunidad así, incluso arriesgando su propia identidad.

Por eso era él quien se había acercado a aquel lugar. Por eso él mismo había conducido su coche hasta allá, porque necesitaba saber más que nunca que estaba metido en algo importante, y necesitaba participar activamente en ello.

Los localizadores le habían dicho que esa era la casa. No había razón para desconfiar de ellos, solían hacer bien su trabajo. Sin embargo, le extrañaba que allí viviese aquel en quién tantas esperanzas depositaba, aún sin conocerle. No era por la casa, ni demasiado vieja ni demasiado moderna, sino más bien por el ambiente de aquel sector de la ciudad; demasiado residencial. Varios vecinos le habían dirigido alguna que otra mirada recelosa mientras se apeaba de su vehículo. No era la clase de gente acostumbrada a relacionarse con el resto de la ciudad.

Llamó a cualquier piso. No necesitaba comprobar si estaba en casa. Una voz femenina le contestó con bastante rapidez.

- Perdone, esto... yo iba al tercero derecha, pero no deben oirme. ¿Le importaría abrirme?

Ni una palabra más. La puerta quedó habilitada y no tuvo más que apoyarse levemente para pasar al recibidor. Aquello no era como la ciudad, estaba claro.

Harrison investigó los buzones. El correo convencional nunca había desaparecido del todo, si bien estaba cada vez más en desuso. Leyó el nombre del correspondiente al último piso:

- "Jimmu Zwang Abe"

Por supuesto que no esperaba encontrar el nombre del que disponía en el buzón, pero tampoco hubiera pensado que su principal apuesta era originaria del otro lado del océano. ¿Cabía aún la posibilidad de que se hubieran equivocado? ¿De que aquel no fuese el lugar? No, imposible. Detestaría creer en aquello porque eso le impediría progresar en los acontecimientos. Ahora, más que nunca, debía confiar en sí mismo y en su equipo.

La carta se deslizó hacia la oscuridad del interior del buzón y Harrison salió por la puerta con celeridad.

¿Aceptaría?

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- Piso 32, sube mejor un par de ellos andando.

- ¿Y eso por qué?

- Para que hagas deporte, ultimamente estas echando unos kilitos...

Linda sonrió timidamente para sí misma y pulso el número 32. Probablemente se hallaba mucho más despejado que el 34 y no merecía la pena correr riesgos innecesarios. Además prefería hacerle caso. Sabía que pronto ya no podría escuchar su voz y que debería actuar sola. Estaba lista, para eso había estado trabajando tan duro las últimas semanas, preparándose para ese momento.

La puerta del ascensor se abrió en el 7. Dos hombres trajeados de gris y con sus respectivos maletines negros entraron charlando entre ellos casi a voz en grito. A pesar de que uno parecía evidentemente mayor que el otro, su conversación era fluida aunque el tema no de mayor trascendencia que algún evento deportivo celebrado el fin de semana anterior. Linda se hizó la despistada y no prestó demasiada atención.

Subieron hasta el 19 y bajaron casi de la misma manera en que habían entrado, no sin antes haber echado una sutil pero notable mirada a las piernas de la chica.

Las puertas volvieron a cerrarse. Linda estaba confiada: todo saldría bien. Para los de allí dentro ella sería una trabajadora más del edificio, una secretaria cualquiera. Pasar inadvertida era la clave para el éxito. Por supuesto que entrar en La Cámara no sería tan sencillo como enseñar la documentación falsa al guardia del parking y sonreirle inocentemente, pero disponía de todo lo que necesitaba por lo que, con un mínimo de suerte, todo iría bien.

"¡Ding!"

El pitido del ascensor al alcanzar el piso 32 la sobresaltó, pero salió con decisión, caminando hacia el fondo del pasillo de su derecha. El piso estaba casi vacío, a excepción de un par de chicas hablando animosamente junto a una máquina de café. Linda siguió caminando, rebasándolas, y giro la siguiente esquina.

Nadie. Las escaleras de emergencia estaban ahí mismo.

- Bien, pequeño. Ahora es cuando necesito tu ayuda.

La respuesta no tardó en llegar. Morgan seguía sus pasos atentamente.

- Recuerda que tendrás sólo 2 minutos hasta que los sistemas vuelvan a rehabilitarse.

- Lo sé, lo sé... ¿Me dejas pasar de una vez?

- Adelante.

Siempre había un momento de duda cuando le tocaba hacer algo de eso. ¿Y si algo había fallado y la alarma sonaba?

Linda empujó la puerta con fuerza y la cerró a sus espaldas. Silencio y oscuridad; perfecto.

La cuenta atrás ya había empezado.

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